sábado, 6 de agosto de 2011

Una historia de mierda

Salimos de casa con la insana intención de tomarnos 7 ó 17 cervezas, hacía calor, mucho calor; a medida que íbamos andando, y de forma poco comprensible, nuestros pasos se hacían más y más pesados, la goma de suela de nuestros zapatos se iba adhiriendo al suelo. Será el asfalto que se derrite con el calor, nos decíamos a modo de explicación sin quedarnos muy convencidos, el bar se encontraba a unos quinientos metros, nuestros amigos esperaban y yo desesperaba, este retraso me estaba robando tiempo de tomar cervezas, que a parte de ser un placer, se estaba convirtiendo en una necesidad, por el calor, claro.

Pasamos al lado de un reloj-termómetro, 44 grados, sin embargo ni esto justificaba que cada paso siguiese haciéndose cada vez más duro, aquellos 500 metros se estaban convirtiendo en un verdadero suplicio, la suela cada vez más adherida al suelo, y cada vez más calor, y cada vez más esfuerzo para dar un paso. Y por encima de todo, el olor, una indescriptible fetidez, que, creedme, no podía ser humana, nosotros estabamos recién duchados, y nos prometimos mutuamente que nuestros estómagos se habían mantenido estables en todo momento, miramos las suelas de nuestros zapatos, mantenían su color negro, ningún viajero indeseado en ellas.

Por fin, y con veinte minutos de retraso conseguimos llegar, somos primero recriminados por llegar tarde, no hago caso, pido las cervezas, me imaginaba ese primer trago, algo mágico, maravilloso, pero a los diez segundos lo inevitable, la fetidez que viajaba con nosotros, y que habíamos olvidado, se manifiesta en el local en toda su grandeza; en un último intento por encontrar una explicación, y, en un movimiento poco elegante, introduzco mi nariz en la axila, la saco un poco húmeda, pero sin olor ¿ Debo recordar que estaba recién duchado ?. Pero el movimiento me delata, el camarero me ha visto y saca conclusiones, según una secuencia que no carece de lógica; entramos, el local se perfuma y yo me meto la nariz en el sobaco, suficiente para invitarnos a abandonar el local.

Humillados y sin cerveza, nos vamos, sin ganas de nada y avergonzados, a casa, alguna lata de Heineken quedará, digo yo. Nada más salir del bar, los pasos se vuelven a hacer pesados, pero al ser ahora el camino cuesta abajo se hace más sencillo, y el olor continua. Aunque no soy camarero, yo también sé sacar conclusiones, y aunque el olor no procedía de mi sobaco, era indudable que lo habíamos introducido nosotros, y alguna relación había con esa adherencia que se producía en los zapatos, y no era por las mierdas de perro, no se veía ninguna, pienso en esto último, y me doy cuenta que desde hace unos días no hay que hacer ningún eslalon para pasear por la calle, y quedo sorprendido; no puede ser gracias a la eficacia del ayuntamiento, ni a un repentino ataque de higiene por parte de mis vecinos propietarios de perros, estas cosas suelen ser más graduales.

Estaba yo con estos pensamientos, cuando veo a unos metros de mí, en la acera, a uno de los perros del barrio realizando los típicos giros sobre si mismo, inquieto, que todos reconocemos como el preludio del pastelito, según la terminología acuñada en el magnifico anuncio de Nike, con el que nos obsequian estos entrañables animales, y ante la mirada extasiada de la vieja propietaria, a la que sólo le falta hacer lo que Divine en Pink Flamingos.

En fin, el caso es que en lugar de apartar la vista, me quedo a contemplar la operación completa, y la veo salir humeante, marrón , cuando de pronto, y justo en el momento que toca el suelo, desaparece de mi vista, ¿ que ha ocurrido ?, las cervezas no pueden ser, no me he tomado ninguna ( no quiero ni recordarlo ), me acerco, perplejo, el perro y Divine se alejan, justo cuando llego al lugar de los hechos, el perro gira la cabeza, me mira y esboza lo que parece un sonrisa y mira al suelo, justo donde yo estaba, y donde él acababa de estar, y la piso, piso su mierda invisible, y vuelo, al haberme acercado rápidamente el resbalón me hace volar, y mientras estoy en el aire lo comprendo todo, la pesadez de las pisadas, el olor, la aparente falta de mierdas de perro en el barrio, y sin embargo todo lo anterior estaba ocasionado por ellas, y acude a mi mente Darwin, y la adaptación al medio para la supervivencia; los humanos, ante la ingente cantidad de ellas, ya no las pisábamos, habíamos desarrollado algo en la vista que nos hacía evitarlas de forma extraordinariamente eficaz.

Y para que están las mierdas de perro en el mundo si no es para ser pisadas por los humanos, es su razón de ser, de existir, de hecho, los perros, no son más que los medios que utilizan estas para acabar en nuestros zapatos.

Y esto estaba dejando de ocurrir, así que las mierdas, como los insectos palo, se han adaptado al medio, si contactan con el negro asfalto o con la gris acera o con lo que sea, toman su color y textura y se hacen invisibles a nuestros ojos, se adaptan al medio para cumplir su cometido.

Ahora nos toca evolucionar a nosotros. ¿ Desarrollaremos la capacidad de localizarlas por ultrasonidos, como los murciélagos ?

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