sábado, 6 de agosto de 2011

¿La playa?

Doce de la mañana en un lugar del mediterráneo; un buen desayuno en la barriga, todas las noticias deportivas del día convenientemente asimiladas en la cabeza, ¿ que más se puede pedir ?.

Fácil, sentarte delante de la tele a ver el gran premio de motos de Holanda, que toca ese día, y que tras la carrera de MotoGP, que finaliza a las 14:30, me llevará, sin solución de continuidad, a un arroz caldoso en un magnifico restaurante de la zona, donde ya está hecha la reserva, que completado con un café y un orujito de la casa dará con mis huesos en la cama, a eso de las 17:30, para una reconfortante siesta con una duración prevista de unas dos horas, tras la cual, 19:30 horas, comenzará un pequeño via crucis por los bares del pueblo, con un tiempo estimado de hora y media, para, y con un puntito muy agradable, sentarte en el casino del pueblo, en compañía de todas las fuerzas ¿ vivas ? de más de 70 años del pueblo, a ver el primer partido de verano del Madrid, y disfrutar de los divertidos comentarios del personal.

En fín, esto nos llevaría a concluir el día con una rondas por los bares, tomando deliciosas raciones ( pulpo seco, ensalada de capellanes, etc ) acompañadas de cervezas heladas, para acabar la noche con un par de copas en uno de los bares de moda, y que tras ver lo gordos que son los culos de las jovencitas de ahora, compensado, eso sí, por unos pares de tetas descomunales, me llevaría nuevamente a la piltra a eso de las 01:30 de la madrugada, y vuelta a empezar al día siguiente ( cambiando las motos por la fórmula 1 ).

Pues bien queridos amigos, ese paraíso descrito en el párrafo anterior nunca llegó a producirse tal cual estaba previsto, así que retrocedamos a las doce de la mañana, desayuno, prensa deportiva, y cuando me voy a sentar para ver las motos, la debâcle; soy conminado, con una espeluznante mirada, a integrarme a la disciplina de grupo y acudir, ¡ Dios mío !, a la puta playa.

Bueno, pensé, acordémonos del arroz y pasemos este trago de la mejor manera posible, así que me uní desde el primer momento, con espíritu deportivo, a los preparativos para acudir a la playa. Debo decir, en honor a la verdad, que a pesar de haber ido muchas veces a este pueblo, ! yo nunca había visto la playa ¡, siempre pensé que eso de la playa era un camelo para atraer cada vez más turistas, pero mi mujer me aseguraba, con absoluto convencimiento, que la playa existía realmente, y lo que era más increíble, que estaba muy cerca.

Así que inicio aquí el relato del día que fui a la playa, el día que cambió mi vida para siempre.


Estabamos en los preparativos, lo primero que me sorprendió es que a pesar de que la estancia prevista era de unas dos horas, el material a transportar nos acercaba más a una compañía de zapadores que a una familia iniciando una excursión a darse un baño; cubos, palas, rastrillos, y alguna que otra herramienta desconocida para mí forma parte del equipaje, incluyendo un número indeterminado de sillas, lo que me hizo preguntar si íbamos a montar un cine de verano, como no hizo gracia mi comentario, me dediqué al acarreo del material sin volver a decir nada, además había de dos o tres bolsas con contenido indefinido. En ese momento me convencí de que la playa debía encontrase cerca, era humanamente imposible llevar todo ese material a más de 50 metros entre cinco personas, los participantes en este raid a la playa, sin sufrir un colapso.

Una vez producido el reparto del material, iniciamos el descenso, digo descenso porque afortunadamente la mítica playa estaba cuesta abajo. El descenso se produjo en fila india, y por la carretera, existían dos magníficas aceras a izquierda y derecha, pero por algún misterio insondable nadie las utiliza, todos los que iban a la playa despreciaban las aceras, así que todas las familias en fila india por la carretera, con los espejos retrovisores de los coches pasándote a escasos centímetros de los huevos. Aunque no comprendía nada, me abstuve de preguntar, por lo del cine de verano.

Otro elemento común de todos los que iban o venían de la playa es que el que va primero es el que lleva la sombrilla, de tal forma que al ir en fila india todos parecíamos los participantes de los equipos africanos ( por los colores chillones de las sombrillas ) en las Olimpiadas de Londres. Además todos llevaban las mismas herramientas, lo cual me animó, la playa debía estar repleta de impresionantes obras de ingeniería.

Tras un descenso de unos 80 metros, en el que literalmente, como ya hemos visto, te juegas los huevos, llegamos a una zona peatonal, al ver al personal paseante me maldije por lo bajo, como coño no se me ocurrió a mí inventar esa bolsa con cremallera y que a modo de cinturón se ajusta al cintura, me explican que la llaman riñonera, y aquí otro de los misterios, la susodicha bolsa nunca la llevaban en los riñones, esta va, o bien tapando los cojones, o en el centro de la barriga, como si le hubiese estallado el airbag en el ombligo.

En fin, cruzamos el paseo peatonal y me dice mi mujer que ya hemos llegado, que bajando unas pequeñas escaleras que se encontraban delante de nosotros está la playa, pienso que me engaña, que me lo dice para darme ánimo, pero veo una familia que llega a las escaleras deshace la fila india y se sitúan de dos en fondo, el de la sombrilla cambia la posición de la misma, y de llevarla como si fuera el Príncipe en Barcelona 92, la gira 90º con la punta hacia delante, y, como si fuera la carga de los lanceros bengalíes, se lanza escaleras abajo con la familia detrás gritando ¡ Banzai !.

Debo decir en este punto, que efectivamente comprendo que esa es la playa, en el fondo ha sido un problema de lenguaje, aquí al mar de sombrillas clavadas sobre una especie de cemento arenoso y que se sitúa al borde del mar lo denominan playa. Pues que bien.

Como observamos que la carga de la familia ha sido rechazada, decidimos no utilizar esa técnica para entrar en la playa, así que mantenemos la fila india y nos adentramos por un lateral, afortunadamente esta zona está protegida por un grupo de sombrillas de extranjeros, y como son las doce y llevan tomando ginebra y cerveza desde las ocho de la mañana son incapaces de impedir nuestra entrada en la playa.

Una vez dentro, nos acercamos al momento supremo de todo tripero de playa, el momento de clavar la sombrilla. A pesar de que en la zona que estamos no se ve el suelo, solo carne sebosa, esto no es obstáculo para el tripero de playa, sólo hay que esperar el momento, y este llega cuando una gorda que estaba tumbada se gira mínimamente para sacarse del culo el trozo de bikini que se le había metido, dejando algo de suelo al descubierto, en ese momento, el jefe de nuestra expedición, con una velocidad impropia de su edad aprovecha para clavar la sombrilla en el espacio que ha quedado libre, la gorda, que se acaba de dar cuenta de su error, tratar de recuperar el espacio que ha dejado al descubierto, pero ya es demasiado tarde, en cuestión de segundos, la sombrilla, utilizando todo el material traído, esta clavada a más de tres metros de profundidad, y todavía sigo preguntándome cómo, todas las sillas desplegadas.

Como veo que la costumbre, una vez lograda la posición, es ponerse a leer, y yo ya me he leído la prensa, tomo la decisión que ha cambiado mi vida. Decido darme un baño yo solo.

El agua no estaba lejos, así que consigo llegar al agua en pocos minutos, lo cierto es que me muevo bien en la playa, ya que he cogido el metro muchas veces en hora punta, y eso para moverse por aquí es una ventaja definitiva. Bueno el caso es que llego al agua, y me pongo a nadar, debí estar nadando unos diez minutos, pero al octavo cabezazo con otro nadador, a la quinta vez que se me subió una colchoneta llena de niños a la espalda sumado al segundo moñigo que casi estoy a punto de tragarme, decido que me voy, pero entre tanto rebote salgo a la playa por un sitio distinto al que había entrado, después de dos horas buscando mi sombrilla comprendo que es imposible, que nunca la encontraré, empieza a pasar mi vida ante mis ojos, ya nada volverá a ser igual, me pongo a llorar, me doy cuenta de que empiezo a perder el juicio.

Escribo esta historia desde Dusseldorf, afortunadamente una familia de alemanes que me vio vagando por la playa, y que intuyo lo que me había pasado, me acogió como uno de los suyos, no he vuelto a saber nada de mi familia, pero este año hemos ido de vacaciones a Grecia, y nos hemos traído a un italiano que le había pasado lo que a mí.

Yo la verdad es que ya no me baño nunca, me quedo siempre debajo de la sombrilla.

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